Coneix els cinc relats finalistes de la GenTMB, del 12è Concurs de Relats Curts de TMB
L'edició d’enguany ha estat tot un èxit. S'han rebut 1.513 històries participants en la categoria de Relat Lliure, més de 1.280 TweetRelats i gairebé 350 participacions a Instagram.
El jurat del concurs de relats curts donarà a conèixer, el proper dimecres 23 de maig, a les 18 hores a l'estació de metro d'Universitat, el veredicte d'aquesta edició del certamen literari organitzat per TMB.
Els cinc títols finalistes de la categoria especial per a treballadors de TMB i el pseudònim amb el qual els seus autors han presentat les obres, són: Sartenes amb el relat El viaje de Lucía; Poblatà amb Ahora; Withoutdifference amb El sabor de tus besos; Origami amb Roses vermelles i Dimas Tamurejo amb el relat Encuentros en la quinta fase.
Us presentem els cinc relats finalistes.
El sabor de tus besos
Withoutdifference
Hoy, como cada día, una sensación extraña hace estremecer todo mi cuerpo...
Intento hacer de mi rutina un lugar seguro y tranquilo, pero cuando llega la hora de salir de casa, de nuevo viene ese rubor estúpido a mis mejillas, esa sonrisa histérica causada por la angustia de no saber si podré verte hoy...
Durante muchos años juré no perdonarte... pero ahora has entrado de nuevo en mi vida, silencioso y cauto, haciéndote hueco en lo más profundo de mi ser.
No podría explicar con palabras la sensación de desespero en la que me hallo, cuando al llegar compruebo que de nuevo no estás... ya no sirven los whatsApp, ya no sirven las llamadas... necesito más y el tiempo apremia.
Sueño por las noches en encontrarte en aquella estación, donde un día nos conocimos. La misma que desvelaba nuestros sentimientos reprimidos a causa de nuestros compromisos.
¡Qué grandes y poderosos son los sueños!! En ellos puedo disfrutar de cada centímetro de tu piel, tocar tu cuerpo, sentir que soy parte de ti...
Pero ahora estoy despierta, esperando de nuevo un mensaje, una prueba de que aún sigues ahí, un dónde y cuándo será el encuentro, sin hacer falta un porqué, ya que ambos lo sabemos, porque nos deseamos, porque nos llama lo prohibido, porque en breve seremos separados de nuevo y porque esta vez no estoy dispuesta a quedarme sin saber a qué saben tus labios.
Al fin llego a mi destino, presiento que hoy va a ser un día de emociones... y no estoy equivocada.
Suena mi teléfono, sé que eres tú y por fin leo en mi pantalla lo que tanto tiempo llevaba esperando: -NO PUEDO ESPERAR NI UN MINUTO MÁS, NOS VEMOS DONDE TE VI POR PRIMERA VEZ EN 2 HORAS-.
Mi corazón quiere salir de mi pecho, una extraña emoción invade mi cuerpo, sé que en breve estaremos juntos... tú y yo, solos dando rienda suelta a nuestros deseos carnales más oscuros. Tan sólo me quedan 2 horas y quiero estar perfecta para ti.
Hablo con mis compañeros de trabajo, ellos acceden a cubrir mi ausencia a pesar de advertirme de la locura que estoy a punto de cometer, me hacen pensar en mi familia, en mis hijos... pero llegados a este punto ya nada importa, estoy dispuesta a todo con tal de ser suya.
Salgo de la oficina a toda prisa, acabándome de arreglar mientras corro calle abajo hacia la boca de metro.
Escucho mi tren entrar en la estación, hago un último esfuerzo para poder alcanzar a tiempo las puertas y poder subir en este tren... no podría soportar 3 minutos más de espera para poder estar entre tus brazos.
Ya en el interior del vagón, sólo puedo pensar en ti... imagino tus labios, tu boca recorriendo mi cuello... puedo notar tus manos recorriendo cada centímetro de mi piel...
De repente, un ruido sordo me hace volver al tren en el que estoy. Una fuerte explosión hace que mi tren se detenga, no entiendo nada, todo está oscuro....
Puedo escuchar los gritos de las personas que se encuentran junto a mí, gritos de auxilio, desespero y dolor..
Pero yo no siento nada, no hay dolor, ni puedo ver lo que ocurre a mi alrededor. Oigo como alguien me llama, pero no puedo reaccionar. Mi cuerpo está tendido en el suelo de un vagón de metro y parece que se niega a reaccionar, y es en ese preciso momento, cuando al fin entiendo que mi trayecto ha llegado a su final.
Ahora comprendo que la muerte ha decidido separarnos y que jamás sabré a qué saben tus besos...
Roses vermelles
Origami
El soroll que feien les gotes en caure a terra era continu, cadenciós, però no el sentia, com tampoc veia el gerro trencat sobre la taula, encara que el mirava fixament.
Les roses que en Joan m'havia regalat la nit anterior havien caigut sobre les estovalles que guarnien la taula.
Vermell sobre blanc.
No sé quanta estona vaig ser capaç d'estar asseguda al sofà, mirant sense veure-hi, sentint sense escoltar i trencada pel dolor.
No em feia mal la galta, ni l'ull, que segurament ja devia tenir morat.
No podia entendre en quin moment havien canviat les coses. Què havia fet que els petons es transformessin en cops?
No ho sabia. Ja no sabia res de mi. No em sentia en la pell que m'envoltava. Estava perduda dins del dolor i no sabia com sortir-ne.
Ja no sabia on era la persona que un dia vaig ser.
El temps passava i jo seguia asseguda al sofà. No percebia el temps, ni res del que m'envoltava. No tenia respostes, potser ja ni tan sols feia preguntes.
Per la finestra del menjador va començar a pujar el so estrident del clàxon del tren abans de tancar portes a Mercat Nou.
El soroll es repetia i a poc a poc, sense saber per què, va anar fent camí cap al meu interior.
Primer vaig percebre el dolor físic i poc després vaig sentir com el meu cor ja no podia trencar-se més.
El primer que vaig veure van ser les roses escampades i l’aigua encara degotant sobre el terra del pis que plens d'il•lusió havíem comprat ara feia 25 anys. 25 flors sobre la taula.
Roses que, irònicament, eren vermelles, el color de la passió i de les ferides que feia tant de temps que m'acompanyaven.
El clàxon va tornar a sonar.
I sense saber ni com, ni per què, em vaig posar dempeus, vaig agafar una bossa, la vaig omplir de no sé ben bé què i vaig marxar.
Han passat 10 anys, escric això davant del mar. Al meu petit pis. Ara cada dia veig com el sol es pon i sense adonar-me'n, somric.
Torno a ser jo. Un jo diferent, un jo que ha estat ferit i que possiblement mai estarà del tot restablert. Un jo amb el cor molt masegat, però tranquil. El blau del mar i del cel han substituït el vermell i gairebé puc dir que sóc feliç.
Què em va empènyer a aixecar-me del sofà aquell dia, no ho sé. Probablement el so del clàxon d'aquell tren aturat a l'andana va activar el meu cervell i va posar en marxa el que ni les converses amb els pares, ni les abraçades dels amics havien aconseguit.
Avui, asseguda davant el mar, miro enrere i em pregunto si va ser tan difícil marxar. No. Ho vaig fer de manera automàtica, maquinal, amb el cervell buit. Pas a pas, sense saber on em duria cada pas que feia.
I tot i la buidor i la decepció, tampoc va ser tan dolorós construir una vida nova. Després d'haver patit tant, una vegada vaig començar a caminar ja no podia parar. Avançava poc, però avançava.
El que va ser realment difícil va ser aguantar tanta tristesa, tant de mal. Descobrir que quan penses que has arribat al teu límit, et trobes suportant encara més... i encara més. Va ser dur descobrir que encara ets capaç d'aguantar un insult més, una empenta més, un xic més de menyspreu i dolor.
Avui em pregunto si estic recuperada. I la veritat és que no ho sé. Probablement no ho estaré mai. Mai no tornaré a ser la que era abans que tot comencés. Avui, però, puc somriure mirant el mar i descansar somiant en la meva nova vida.
El viaje de Lucía
Sartenes
La pequeña Lucía, de seis años, no soltaba la mano de su madre. Mamá siempre le recordaba, mientras descendían por las escaleras de la estación, que en el metro no tenía que separarse nunca de ella. En su rutinario viaje a la escuela no había mucho espacio para la improvisación, y un día se parecía tanto a otro que se confundían entre sí. Su madre tiraba de ella con las características prisas de una adulta, y ella se dejaba remolcar con la correspondiente parsimonia propia de su edad. La mochila pesaba y el calor del túnel la golpeaba en su rostro tras el frescor callejero.
Ya sabía leer y escribir, pero prefería entretenerse con cuentos en la tranquilidad del sofá familiar. Para los viajes en metro elegía curiosear al resto del pasaje e ir examinando, parada tras parada, el ir y venir de la gente corriente. La niña sonreía y observaba todo lo que la rodeaba con curiosa atención. Pero para ese día había pensado algo especial.
La próxima parada no sería una aburrida estación de metro. Sería un mundo asombroso, diferente a todo lo que había visto jamás. Al subir al vagón, permaneció de pie junto a su madre, sujetando fuertemente su mano. El tren inició la marcha y ella cerró los ojos. Momentos después, al salir del túnel, los abrió y vio enormes plantas que ocupaban todo el espacio disponible. Insectos gigantes revoloteaban sobre el andén contrario. Unas larguísimas palmeras alcanzaban el techo con sus enormes hojas y enredaderas de un verde intenso cubrían suelo, paredes y techo dejando solo al descubierto las vías del tren. Nadie más podía ver ese espectacular mundo, solo ella a través de sus ojos y su imaginación infantil. La niña tenía los ojos como platos, sonreía y movía la cabeza de un lado para otro intentando no perder detalle con el poco tiempo del que disponía.
En la siguiente parada, el convoy descendió hasta el fondo del océano. Un agua de un ligero color azul ocupaba toda la estación como una enorme pecera de tamaño gigantesco. Por allí nadaban peces de diferentes tamaños y colores, e incluso una enorme ballena agitaba su cola donde debía estar el tren que iba en dirección contraria. Lucía vio como el ojo de la ballena se posaba sobre ella y, al parpadear, le pareció que le guiñaba un ojo en un gesto de divertida complicidad.
En el túnel la niña frunció el ceño y apretó los labios. El siguiente iba a ser más difícil. Superar el fondo marino no sería tarea fácil, así que decidió alejarse de la civilización y contemplar el cielo estrellado en una noche despejada. Sobre un fondo negro, miles de estrellas resplandecían en un espectáculo incomparable y aquí y allá veía estrellas fugaces cruzar el firmamento. Una Luna discreta brillaba en el extremo opuesto del andén, conocedora de su falta de protagonismo en un espectáculo maravilloso.
Lucía sabía que en la próxima parada tendría que bajarse del tren, así que cuando el convoy se adentró en el túnel, cerró los ojos y empezó a pensar en el viaje de vuelta a casa: un desierto asolador; una cumbre montañosa; una playa desierta… las probabilidades eran infinitas. Ella lo sabía y, sonriendo, pensó en la nueva oportunidad que tendría para soñar en su vuelta a casa.
Ahora
Poblatà
Amor mío, voy a contarte un secreto:
Han pasado cinco décadas desde que nos conocimos en aquel viaje en metro. Yo, como siempre, iba con prisa. No es que llegara tarde, es que era mi manera de moverme por la ciudad. Como todo el mundo ahora. Demasiado estrés. La gente no deja de mirar el reloj intentado controlar el tiempo. ¡Qué estúpidos! Lo malgastamos midiéndolo, aun sabiendo que se va a ir de todas formas. Creemos que nos pertenece y no, no es de nadie. O quizá es de todos, no lo sé. Como te decía, iba yo entretenido en mis cosas, en mi mundo, protegido por una barrera infranqueable. O eso pensaba yo...
–Perdona, ¿ésta es la parada más cercana a Las Ramblas?
Me lo preguntaste con un acento que me llamó la atención. Al momento quedé atrapado por tus ojos. Por tu mirada sincera. Por tu sonrisa amable. El paso del tiempo se empeña en arrojar arena sobre mi memoria, confundiendo recuerdos, fechas y hasta nombres; pero aquel día permanece nítido, inmaculado, como si hubiera sido ayer, como si hubiera sido hoy, como si fuera ahora. ¿Qué son cincuenta años una vez han pasado? Nada. Apenas un suspiro. Sólo un rápido parpadeo.
Tras ese primer encuentro, todo comenzó para nosotros. ¡Qué cincuenta años, mi vida! Hemos tenido hijos, hemos tenido nietos. Hemos reído, hemos llorado. Hemos pasado calor, hemos pasado frío. Y aquí seguimos los dos, viajando juntos como en ese primer encuentro. Como en esa inesperada cita que el destino, o un Dios que todo lo cubre o todo lo ensucia, nos quiso regalar. Porque eso eres tú para mí: un regalo. Compartir todo contigo ha dado sentido a mi vida. Lo que hemos construido juntos, nuestros sueños alcanzados, nuestras metas conquistadas. Un hogar. Una familia. A medias siempre los dos.
Pero espera, que quería contarte un secreto, amor mío:
Cada mañana, después de desayunar, te digo con sinceridad que te quiero y salgo a dar un paseo. Pero no voy donde tú crees. No pierdo el tiempo paseando por el barrio ni dejo pasar las horas en el parque. Lo que hago es ir, todo lo ligero que mis 90 años me permiten, hasta el metro. Bajo con trabajo las escaleras hasta el andén. Espero paciente a que llegue el metro, mientras observo los nervios y las prisas del resto de viajeros y sonrío al reconocer las mías del pasado. Subo al convoy y siempre me ceden un asiento. Me dejo llevar hasta nuestra parada.
Reconozco que me pongo nervioso cuando me quedan un par de estaciones. Al llegar a Plaça Catalunya me apeo. Es la nuestra. Suspiro emocionado y te vuelvo a ver bajando de aquel otro convoy en mi compañía, dispuesta a recorrer una y otra vez Las Ramblas a mi lado. Siento que no ha pasado el tiempo. Que siempre será Ahora. Tras unos minutos en silencio, recupero en parte mi espíritu de juventud y en menos tiempo del que siempre creo que me va a costar, paso al andén de enfrente para volver a casa. Y entonces sí: vuelvo a viajar con prisas. Con la urgencia por llegar. Pero esta vez tengo un buen motivo. Volver al calor de tus ojos para decirte la verdad: te quiero, te quiero todo, como nunca y para siempre. Cada día al entrar en casa necesito confesarte lo que ya sabes: que si viviera un millón de vidas, un millón de veces iría a esa estación a esperarte para decirte que sí, que Las Ramblas están allí y que las recorreremos juntos el resto de nuestras vidas.
Y tú siempre me sonríes sin saber de dónde vengo, acaricias suave mi mejilla y me dices que también me quieres, aunque tu cabeza ya no te permita acordarte de quién soy yo...
Encuentros en la quinta fase
Dimas Tamurejo
Ojalá que la inspiración nos encuentre trabajando o como le pasó a Paula, estudiante de psicología, mientras bajaba corriendo las escaleras del metro. El característico aire caliente y el grupo de personas que se cruzó en las escaleras mecánicas en dirección contraria, hizo pensar a la joven que el tren estaba ya pidiendo pista, y así fue como la chica comprendió las cinco fases del duelo de la doctora Elisabeth Kübler-Ross, tema que había estado estudiando la noche anterior.
Primera fase: negación.
Las primeras palabras que pensó Paula mientras bajaba las escaleras corriendo y de puntillas fueron:
—Llegaré tarde al examen. ¡No me puede pasar a mí!
Segunda fase: ira.
Empezó justo al llegar al final de la escalera y escuchar la señal acústica que indicaba que las puertas estaban a punto de cerrarse. Y Paula se enfadó un poquito. Se enfadó con la conductora de metro, con el padre de la conductora, con la delegada sindical de la conductora y con la señora que tenía delante que no tenía ninguna prisa por ir a dar de comer a las palomas. Tercera fase: negociación.
Las puertas se cerraron en su cara. Y ella decidió salir del enfado para negociar con aquel ser que estaba según las escrituras en lo más alto y que parece que siempre nos ignora a todos. Unos lo llaman Dios, otros, cámaras de seguridad y los empleados de metro, CCM.
—Ábre y prometo no "despatarrarme" nunca más en el asiento reservado cuando vuelvo a casa el "finde" a las seis de la mañana.
Cuarta fase: depresión. Pensó que no llegaría a tiempo al examen, no aprobaría la carrera y acabaría sus días haciendo un máster de esos que dan en las universidades de prestigio, esos que te hacen pagar una pasta para ponerte un notable… por lo menos, según las últimas noticias, eran "online"
Quinta fase: aceptación.
Para salir de la triste fase anterior, miró al techo buscando un sentido a su áspera vida. Entonces sus pupilas se dilataron de alegría al ver en el reloj oficial que quedaban dos minutos y diez segundos para el siguiente tren. Así que aceptando su destino, miro su "smartphone" y comprobó que todavía le quedaba tiempo para llegar al examen. Abrió el "Facebook" compartió un par de noticias falsas, dos "likes" y varios "emoticonos" sonrientes de "postureo".
Cuando llegó el metro, Paula se subió con desidia, sin saborear el momento de la victoria de coger el tren a tiempo. Sin levantar la mirada del móvil, se sentó en un asiento de color azul, ya qué, aunque no habían acabado bien las negociaciones de la fase número tres, la venganza no es buena cuando los asientos grises están por en medio. ¡Mal karma!
En la siguiente estación, de nuevo la misma historia, las puertas se abren, unos vienen, otros van y en el último momento, una chica aparece corriendo por el pasillo. La cara de la chica lo reflejó todo, primero la negación , luego la ira… La negociación llegó un segundo antes de que terminara la señal acústica. Y la depresión despareció detrás de una cara de alivio y satisfacción al comprobar que había llegado al interior del tren. Respiró, se sentó al lado de Paula y se puso a repasar las fotos de "Instagram". Paula entonces llegó a la conclusión de que las dos habían llegado al mismo estado, la chica que tenía al lado desde la cima y ella desde el fracaso. Muy pensativa, volvió a bajar la cabeza, cerró el whatsApp y buscó en Google: Aproximadamente 2.200.000 resultados (0,64 segundos)
No se ha encontrado ningún resultado para "fases para afrontar el éxito".
Molta sort als finalistes