Coneix els cinc relats finalistes de la categoria “Treballador de TMB” del Concurs de Relats Curts Online 2017

El jurat ja ha triat els cinc relats finalistes de la categoria especial per a treballadors del Concurs de Relats Curts Online d'enguany, i aquí pots llegir els relats finalistes.

Albert Piqué / 08.06.17 - 12:54h

 

Una nova esperança (Autor Jansolo)
Any 2057... El món està subjugat per les màquines... Un petit grup de resistents, sota el comandament de S-9000, planten cara a l’opressió dels temibles COT-XES9898.
L’S-9000 ha aconseguit salvar-se d’un atemptat, però ha sortit ferit. Molt greu.
Els metges no tenen clar que pugui continuar operatiu. L’S-9000 ho sap i vol acomiadar-se dels seus. Han de continuar la lluita. Ell només és una peça. Una petita peça de tot l’engranatge.
La vida li falla i només pot recordar... Recordar aquells temps en què eren lliures i treballaven junts amb els humans. Els S-9000, els Híbrids, els Elèctrics...
Eren temps feliços! La feina era recompensada amb un somriure, amb una carícia... Això era suficient.
Acompanyaven les persones amb puntualitat i rapidesa a les feines, als metges, als esports o a veure els familiars. Quins dies aquells amb partits del Barça o de l’Espanyol! Aquells moments en què les noies, enamorades, feien per primer cop un petó en aquell trajecte. Tan ràpid com la seva unió. O quan les persones amb necessitats especials ocupaven, agraïdes, els seus seients reservats.
Era un món feliç... net, sostenible i intel·ligent.
Tothom estava content. Tothom era feliç. Hi havia bon Karma.
Però... Ara... Tot s’ha acabat... Els COT-XES9898 corren i ocupen tots els carrers, fan soroll, llancen columnes de fum amb elements cancerígens a l’aire.
Maten a poc a poc els humans i, sobretot, la natura.
Aquests maleïts COT-XES9898. No són ni nets ni sostenibles.
El món s’acaba i els somnis amb ell!
A L’S-9000 se li acaba la bateria. Acaba la vida... no ho ha aconseguit. Només té l'esperança que els seus companys acabin la seva feina...
biiiiiiiiiip.
Silenci.

 

Esperanza (Autor Karpe Diem)
—Abre, que igual es tu abuelo...
Esa es sin duda la frase que más veces he oído decir a mi abuela. Y no tendría nada de particular si no fuera porque a mi abuelo lo dieron por muerto hace casi veinte años.
Salió una mañana a dar su paseo diario por el monte y jamás volvió. Recuerdo perfectamente  el día que la pareja de guardias civiles vinieron a decirnos que después de una semana de búsqueda sin éxito daban por hecho que Francisco, que así se llamaba, habría sufrido algún accidente fortuito y habría caído por algún precipicio de los que rodeaban los senderos de aquellas montañas. Era septiembre, en pocos días volvería a Barcelona después de tres meses veraneando allí.
Inés, se ha hecho todo lo posible, pero hazte la cuenta de que Francisco lamentablemente se habrá despeñado por algún risco y no hay forma de encontrar su cuerpo en esos barrancos tan profundos. Te acompañamos en el sentimiento... y aquí te dejamos el acta de defunción que ha firmado el juez esta mañana.
Mi abuela, con los labios apretados y las manos unidas en su regazo, los miraba sin parpadear, como si no los estuviera escuchando. Cogió el papel y sin leerlo lo dobló y se lo guardó en el bolsillo del delantal negro. Sin mediar palabra se levantó y se fue hacia la cocina donde siguió dándole vueltas al puchero que estaba preparando antes de la llegada de la Benemérita. Yo, huyendo del ataque de nervios de mi madre, la seguí.
Abuela... entonces el abuelo está muerto?
—Tú ni caso de lo que digan, hijo. Tu abuelo no es tonto y se conoce los caminos mejor que esos dos. Además, si no hay cuerpo no hay muerto, de toda la vida ha sido así. Volverá cualquier día de estos, ya lo verás.
Desde aquel día, cada vez que llamaban a la puerta soltaba la misma frase: "Abre, que igual es tu abuelo".
Tres años después se vino a vivir a Barcelona con nosotros. Los inviernos en el pueblo eran ya demasiado duros y la soledad tampoco era buena compañera porque, por mucho que ella se negara a reconocerlo, el abuelo no volvió por allí.
De aquello hace ya veinte años. Yo ya me independicé y años más tarde me casé con Ana. Pero cada semana iba a casa de mis padres para pasar un rato con ella. Apenas caminaba, la sacaba a pasear en silla de ruedas y aunque mis padres jamás volvieron a tocar el tema del abuelo, ella y yo sí, de hecho me convertí en una especie de confidente. La verdad es que yo tampoco creía que hubiera muerto... No sé si por fidelidad hacia ella o por las ganas de demostrar al mundo que mi abuela tenía razón mantenía esa punzada absurda de esperanza.
No lo has visto por ahí, hijo?
No abuela, esta semana tampoco lo he visto.
Y entonces repetíamos nuestro secreto ritual. Bajábamos a la primera estación de metro que encontrábamos, nos sentábamos en el centro del andén y allí pasábamos una hora larga. Mientras la vía permanecía vacía me preguntaba por Ana, por el trabajo, insistía en que debía comer más que me estaba quedando en los huesos... Pero cuando el sonido del tren asomaba por el túnel enmudecía. Al abrirse las puertas yo la observaba acariciándose aquellas manos con piel de papel, girando la cabeza de un lado a otro, buscando, queriendo encontrar al marido que se fue y no volvió. Y justo al cesar el tráfico en el andén ella me miraba con unos ojos llenos de esperanza y tomando mi mano repetía la frase que yo esperaba como señal para volver a casa.
Ya vendrá, hijo...
Pues claro, abuela, vendrá cuando menos te lo esperes...

 

aDios (Águila de Toledo)
Muchas veces me pregunto si existe Dios, o si simplemente es fruto de nuestra imaginación. De la voluntad imperiosa de encontrar un porqué a todo. En momentos como éste, es fácil llegar a la conclusión de que sí. Por necesidad. Por miedo.
Me gusta mirar con precisión de relojero la ruta para llegar a un sitio desconocido. Para esto, internet va genial. Ideal para los que vivimos obsesionados con no perder el tiempo, cuando en realidad intentar no perderlo es la mayor pérdida de él, pues se va a ir de todas formas. Esta vez, no pido ayuda a nadie, y busco por mi cuenta. A la Sagrada Familia, a la Plaza Catalunya o a las Ramblas, todo el mundo sabe cómo llegar; pero a un tanatorio, no. Los que han tenido la suerte de volver por sí mismos de uno de ellos procuran olvidar la manera en la que han ido, como si así ahuyentaran aquel lejano dolor.
Decido ir en bus. Es una especie de ridículo homenaje hacia él. El conductor apenas me presta atención cuando subo, y no contesta a mi saludo. No le culpo. Debe de estar agobiado por el tráfico. O quizá, es consciente de la pérdida de un compañero, y también es cómplice de mi pesar. Tiene excusa para su comportamiento, no así la pasajera que se sienta a mi lado, que me ignora de igual forma. Pero tampoco la culpo. Todo el bus parece sentir mi pena. Mi triste viaje hacia la obligada despedida de un buen amigo.
Durante el trayecto pienso en él. Miro por la ventana sin ver la ciudad, cercana y lejana a la vez, tan ajena a mis problemas. Tenía toda una vida por delante, dirán los que sí la tienen, y otras frases de cartón. Me vienen a la mente, como estallidos en una noche de San Juan, todos los sueños que tenía por cumplir. Ésos que me explicaba emocionado. Retos. Objetivos. Vida. Por encima de todo, ansias de vivir. De devorarlo todo. De contarlo. Pienso en ese amor que le acababa de llegar, tan a deshora, cuando creía que nada bueno le quedaba por vivir, y que le había cogido con la guardia bajada y el corazón bien alto.
Me giro hacia al interior del bus, y veo sentados a mis amigos. Ninguno repara en mi presencia, cosa que agradezco porque no me apetece hablar con nadie. No quiero conversar con tristeza acerca del hecho de que no seamos nada, ni sobre lo injusto que es todo. En los primeros asientos, a unos exagerados dos metros de distancia del resto, están su familia y mis hermanos.
Me fijo en los padres, y no sabría decir quién de los dos está en peores condiciones. La madre, seguramente. Pero el padre, ahogándose sin pudor entre pesadas lágrimas, se hunde sin vergüenza en sus sentimientos transformados en llanto. Los hombres también lloran.
Sin darme cuenta, he llegado a mi destino. Es extraño, pero sin que nadie haya solicitado la parada, el bus se detiene ante la marquesina. Las puertas se abren, y como si sintiera que alguien, o algo, me empuja suavemente, bajo a la calle. Solo.
Llego al tanatorio por fin. No suelo hacerlo, pero siento una necesidad irresistible por entrar donde han recluido a mi amigo. Lo imagino preso en una fría habitación. Como dormido. Verlo, por última vez, será la confirmación innecesaria de que todo ha acabado para él. Camino lento. Sigiloso. Como quien no quiere llegar a su cita. Dentro no hay nadie. Sólo la caja. Sólo las flores. Sólo su olvido. Sólo una leve música ligera, no sé si como muestra de respeto o de derrota. Entro en el centro de todo aquello, y lo veo.
Y allí estoy yo. Sereno. Tranquilo. Quieto. Inerte. Preso. Como dormido. Muerto.


La marea (Anemona)

No hay que dejarse arrastrar.
La marea es fuerte y poderosa.
Luchar contra ella es imposible.
Corres el riesgo de ser absorbido.

Es difícil ser roca en este mar.

Has de buscar tu punto de apoyo y observar.
Saber qué ritmo tiene la marea y a dónde te puede llevar.
Mantenerte firme.
No dudar.

Es difícil ser roca en este mar.

No te fíes, es traicionera.
No sabe de fidelidades ni de afectos.
Subyace por debajo.
No es visible ni predecible.

Es difícil ser roca en este mar.

No creas en su aparente calma.
Estate siempre preparado, alerta, expectante.
Ataca cuando menos te lo esperas.
No puedes bajar la guardia.

Es difícil ser roca en este mar.

Encuentra tu ancla.
Encuentra tu paz.
Mantente en tu posición.
Fría, dura, incólume.

Es difícil ser roca en este mar.

La marea siempre desgasta.
Hasta la pétrea roca se ve agujereada por su fuerza.
Su majestuosa posición no la protege de la devastación.

Es difícil ser roca en este mar.

Marea que arrastra.
Marea que desgasta.
Movimiento impredecible.
Lucha eterna de elementos.

Es difícil ser roca en este mar.

Roca desafiante que aguanta el constante envite sin inmutarse.
El daño no se nota enseguida.
La roca no es consciente de su erosión.
La marea no avisa, no hay ola que la preceda.

Es difícil ser roca en este mar.

Es la última parada, has de bajar.
Una voz dulce y desconocida me sobresalta.
Me he pasado mi parada.
Perdón, no me he dado cuenta.
Me sonríe. Una sonrisa cálida, sincera.
Y como una confesión, tengo la certeza.
Bajo su pantalón gris y su camisa de rayas, ella también es roca.
Sigue sonriendo y me guiña un ojo.
Me siento su cómplice.
Lo sé.
Ella también lucha contra la marea de los infelices.

 

La extraña mujer (Autor Ivanhoe)
Prólogo.
Estaba sentado en el suelo, en la calle, en la plaza de Urquinaona, la gente pasaba a su lado sin detenerse, sin prestarle ayuda. Se llevó la mano al pecho, le faltaba el aire y quería gritar pero no le salían las palabras de la boca, los ojos se le nublaban, entonces la vió, se arrodilló hacia él y le susurró al oído, era ella, de nuevo esa extraña mujer.
Capítulo 1: Enric.
Enric era una persona antipática con los demás, antisocial, sin amigos ni enemigos, una persona solitaria que odiaba a los animales y a la gente que le rodeaba, detestaba las relaciones afectivas.
Iba un día leyendo el periódico en el metro, ocupando unos asientos reservados para gente mayor, embarazadas y personas con muletas, cuando un pasajero se mareó y cayó desplomado, inconsciente. A Enric le preocupaba el llegar bien al trabajo, no sentía ningún tipo de sensibilidad ni empatía hacia los demás. De mala gana esperó a que unos sanitarios se llevaran al pasajero en camilla y el tren pudo continuar la marcha. Estaba tan enfadado por llegar tarde que no reparó en que le miraban. De pronto, sintiéndose observado y de mal humor levantó la vista del periódico y fue entonces cuando la vio, sentada enfrente de él, con esa mirada maliciosa. Era una mujer de una extraña belleza, no sabría determinar su edad con exactitud, llevaba un peinado recogido en moño y un vestido largo de color negro, todo en conjunto denotaba un aire misterioso. Le incomodaba que le mirara de esa manera tan descarada. Por fin llegó su parada y bajó del tren, sin poder quitarse en todo el día esa sensación de nerviosismo que le había causado esa mujer.
Capítulo 2: Visitas incómodas.
Allí estaba de nuevo, desde que la había visto aquella vez en el metro por primera vez, a la misma hora, cada día se la encontraba en la acera de enfrente de su edificio, observándole, silenciosa, con el mismo vestido, con esa extraña mirada, esos ojos color miel que le atravesaban como puñales, ¿quién era y qué quería de él, cómo sabía donde vivía?
Al día siguiente decidió salir una hora antes de casa para ir a trabajar, le alivió comprobar que la mujer de negro no estaba esperándole esta vez. Cogió el metro mirando en todas direcciones con temor de que en cualquier momento apareciera. Se bajó en su parada, Urquinaona, subió corriendo las escaleras y al llegar a la salida notó un fuerte dolor en el pecho que le hizo detenerse.
Capítulo 3: La Karma.
Sentado en el suelo y faltándole el aire, vió como esa siniestra mujer se arrodillaba a su lado.
Te está dando un infarto le dijo ella entre susurros y la gente pasa de largo, no les importa lo que te pase, igual que nunca te ha importado nadie a tí, desprecias todo lo que te rodea y a todos. Es una lástima dejar este mundo solo, sin que tu pérdida afecte lo más mínimo a nadie. Pero tranquilo, tu hora aún no ha llegado, tienes una segunda oportunidad, no la desaproveches.

¿Quién, pero quién eres? balbuceó Enric, notaba que los ojos se le cerraban.

La Karma dijo ella con una sonrisa sarcástica, antes de desaparecer.

Conclusión.
Enric despertó en el hospital agradeciendo seguir vivo. Se prometió que a partir de ese día iba a disfrutar de la vida como nunca lo había hecho, iba a retomar el contacto después de dos años con sus padres, con sus hermanas, con esos amigos que había perdido por el camino, adoptaría un perro, iba a empezar a ser feliz. No era demasiado tarde para empezar de nuevo. Nunca pudo olvidar a esa extraña mujer que le cambió la vida, su Karma."

Molta sort per a tots els finalistes.

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