“Quiero besarte y no puedo”, un relat escrit per Dimas Tamurejo

Finalista del 14è concurs de Relats Curts, Dimas Tamurejo és el pseudònim de l'autor o autora d'aquest relat de declaració d'amor.

17.07.20 - 11:02h

“Quiero besarte y no puedo”

Escribí esa frase sobre la celulosa blanca de la mascarilla quirúrgica antes de salir del trabajo. Con un rotulador negro de los gordos. Letra grande, bien clarita. Para que se pudiera leer al otro lado de la ventana del metro. No se me ocurrió otra forma más tonta para declararme. Naturalmente mi plan fracasó estrepitosamente. Me pasé todo el camino de regreso a casa con la cara pegada en el cristal del vagón. Me vieron todos los trabajadores esenciales de varios metros de la línea verde que circulaban en dirección contraria. Y la gente que esperaba en los andenes también. Y mis compañeros de viaje. Todos excepto la persona que estaba buscando. ¡Vaya ideas se me ocurren! Más de uno se rio detrás de su máscara de seguridad bacteriana. Les delataban las arruguitas alrededor de los ojos. Creo que alguien me hizo una foto.

Y después de más de media hora de camino, mi alma gemela no apareció. Quizás ocultó la cara en un libro para evitarme. O se escondió detrás de su máscara. O me vio, pero no me miró. Tampoco habíamos quedado. Además, es muy posible que ni siquiera sepa que existo.

Da igual. Mañana será otro día y nadie se acordará de mí. Aquello fue lo que pensé antes de acostarme a las dos de la mañana después de intentar erradicar los virus y el bochorno de la superficie de mi mascarilla.

Eso pasó ayer. Parece un sueño lejano, una pesadilla tal vez. Pero hoy es un nuevo día. Y me he dormido. Llego tarde.

Salgo corriendo de casa, entro en el metro, subo al vagón. Un señor me sonríe con la mirada. ¿Se acordará de mí? ¡Qué sofoco! Una mujer mayor me cede su asiento azul. Debo tener mala cara. Creo que me delatan las marcas en la frente de las gafas de protección del hospital. Treinta horas de guardia pasan factura. Declino amablemente la oferta de la señora ocultando una sonrisa nerviosa bajo mi escudo de celulosa. Ella tiene algo escrito en su mascarilla. Creo que pone “ánimo”. No puede ser. ¿Tendré todavía la frase en la mía? Me he ido tan deprisa de casa que no me he mirado ni al espejo antes de salir por la puerta. Un chico me mira y asiente con la cabeza. En su protector facial de tela puedo leer la palabra “gràcies”. ¿Será por mí? ¿Casualidad? Noto un calorcillo en la cara. Me da igual, la máscara me aleja de los virus, las bacterias y el rubor que siento. Busco mi reflejo en los cristales del vagón. El mensaje sigue allí. Alto y claro. Quiero besarte y no puedo. ¡Qué vergüenza! En cuanto llegue al trabajo me hago con un equipo de protección libre de frases y microbios. El metro se detiene en Diagonal. Al otro lado, otro convoy en dirección contraria espera los veinte segundos de rigor con las puertas abiertas. Una eternidad para mí. Algunos de los usuarios y usuarias al otro lado del cristal llevan mensajes en las telas que les cubren la boca. “Gracias, te quiero, ànims, força, hope, victory, resistiré…”. No puede ser, me niego a creer que yo empecé con todo esto.

Y de repente, las pulsaciones se aceleran, allí está. Una vez más, el destino nos vuelve a cruzar. Nuestras miradas se encuentran. De metro a metro, de vagón a vagón, de ventana a ventana. Y no es su sonrisa escondida, no es el brillo de su mirada, ni la expresión de sus ojos lo que me hace estremecer. Son dos palabras escritas en su mascarilla: “Yo también”.¿Serán para mí? La próxima vez que nos crucemos se lo pregunto. A ver dónde lo escribo.

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