Imatge de la campanya de la 9a edició del Concurs de Relats Online de TMB
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"Flores para Elisa", un conte presentat sota el pseudònim de Mauser

Mauser ha estat finalista de la 9a edició del Concurs de Relats Online amb el conte "Flores para Elisa", un viatge per la diferència. La peculiar visió monocromàtica de la protagonista es converteix en tot un regal la diada de Sant Jordi.

Mauser / 18.06.15 - 11:10h

Durante toda su vida, Elisa siempre lo había visto todo en blanco y negro. No como metáfora o como forma de hablar. Realmente, ella era incapaz de distinguir los colores.

Su percepción, a diferencia del resto de seres humanos, se basaba en distinguir entre diversos tonos de grises. En ocasiones, algo podía ser absolutamente negro como la tinta de una estilográfica o blanco como la sábana más nívea, pero, en general, todas las prendas de ropa eran más o menos grises y todos los cielos de todos los días eran de un gris más o menos oscuro.

Había una única excepción: las flores. Por algún extraño motivo, el color de las flores se le revelaba en todo su esplendor. En su monocromático universo, al contemplar una flor o un ramo, ella veía un azul intenso, un rojo brillante o un amarillo chillón. Le costaba más con el verde. El césped, por mucho que se fijara y mucho interés que aplicara, era incapaz de verlo ni siquiera de un tenue verde. Era tan gris como el resto del insulso entorno que la rodeaba. Aun así, esos destellos de color que le aportaban las flores hacían que su visión del mundo fuese un tanto mágica.

Para ella, el hecho de ver en blanco y negro no significaba ningún tipo de problema. Nunca había sido capaz de atisbar el más mínimo matiz de color más allá del mundo de las flores. Así que, cuando alguien se compadecía de ella por su falta de agudeza cromática al no poder apreciar los bonitos colores de un atardecer otoñal, ella simplemente se encogía de hombros y soltaba un: "Ya, pero ¿qué le vamos a hacer?".

Casi nunca se maquillaba, a no ser que una amiga la aconsejara directamente sobre un pintalabios o un colorete, y raramente era capaz de combinar acertadamente el color de las prendas que llevaba. Así era su vida, un día tras otro, con un gris tras otro.

Pero había un día que era realmente especial: el 23 de abril. Ella vivía fuera de Barcelona, pero ese día le gustaba desplazarse a la ciudad para vivir de manera especial la jornada. Acudía en transporte público, claro. En la zona de plaza Cataluña y en la Rambla se producían grandes aglomeraciones de gente y sabía que lo más cómodo era desplazarse en metro. Solo el viaje ya merecía la pena. Siempre veía a alguien con una rosa en la mano y ese punto de color entre tanto gris destacaba de una manera especial.

Pero el verdadero momento maravilloso era cuando se cruzaba con decenas, centenares de personas que llevaban un libro y una rosa. La gente, sin ser consciente de ello, suele llevar la rosa a la altura del pecho, justo donde tenemos el corazón y, para Elisa, en cada uno de aquellos transeúntes lo que veía no eran simplemente flores, sino miles de corazones latiendo en un mundo monocolor.

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