Cada año la misma historia

Entró el caballero aquél al que llamaban Jordi antes de hacerle santo en el vagón de metro.

Estaba destrozado, cansado. La armadura abollada y llena de sangre. Sus cabellos sucios y grasientos por el sudor de la batalla. Su espada mellada. Le costaba andar, un reguero de sangre  caía por el  guantelete de su coraza mientras arrastraba por el suelo su escudo quemado por las llamaradas de un malvado dragón.

Eran las ocho de la mañana y nadie hizo el mínimo caso al personaje. Vete tú a saber si era un artista, un loco, o aunque fuera  el mismísimo Sant Jordi  no eran horas, "joer".
Así que Sant Jordi, abatido y cabizbajo, se sentó donde pudo  intentando recuperar el aliento.

Justo a su lado, un señor lo miraba como si aquello no le viniera de nuevo.

—¿Un mal día?

El caballero Jordi miró hacia el techo del vagón de metro con aires poéticos…

—Mi caballo ha muerto, mi doncella está en las garras de aquella maldita bestia, me duelen todos los huesos, estoy herido, cansado… No puedo más. Me siento solo y perdido… No tengo honor, ni valor ni gloria...

El señor mostró en su cara una pequeña sonrisa…

—Llevo tres años en paro, me han embargado el coche y mi “doncella” me ha dicho que se queda con los niños y que le pague una pensión…

El caballero lo miró pensativo… y antes de que pudiera decir esta boca es mía la mujer de enfrente se metió en la conversación.

—Tengo dos carreras y trabajo de camarera en un bar de la periferia.

—Yo soy mileurista y he pedido un crédito para comprar leche y pan. Y mis amigos en paro dicen que soy un privilegiado…?Interrumpió otro joven.

Y así uno a uno los viajeros del metro le fueron contando sus problemas…

La tensión, el valor y el honor, se podían palpar en el ambiente.

Y el caballero Jordi, asombrado y avergonzado, se incorporó lentamente como se incorporan los héroes antes de la última batalla mientras la música de los valientes suena en el ambiente.

Aseguró su coraza. Limpió su espada. Anudó sus guantes. Lanzó su escudo maltrecho al suelo. Curó la herida de su frente anudándose la prenda de su amada.

Respiró profundamente concentrándose e inclinó su cabeza hacia los lados para calentar y evitar futuras lesiones traicioneras, y marchóse decidido espada en mano con el andar que sólo tienen los héroes y los chulitos de discoteca hacia el fondo del vagón.

—¡Gracias, plebeyos!

Y desapareció, saltó del vagón con el grito del guerrero y sólo se pudo ver durante un instante el resplandor de una llamarada dragonil.

—Cada año con la misma historia —comentó una voz perdida entre los viajeros.

Gorka López 
Responsable estació i conducció Telefèric

Llegint el seu relat / Pep Herrero
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