“Pie derecho, pie izquierdo”
Con el paso de los años te das cuenta de que todas aquellas cosas que planeabas que pasarían en tu vida se acaban torciendo. De las alegrías a las tristezas sólo hay unas minúsculas fracciones de tiempo. Intentar pensar cómo sería mi vida tal día como hoy me resultaba inimaginable; pero aquí estoy.
Como casi cada día caminamos por el andén de la estación de Hostafrancs hacia la salida de Creu Coberta/Mercat. No camino sola, lo hago con alguien que hubiera deseado que fuese otro; pero es el que es. Me hubiera gustado que fuese como los demás o, al menos, que pareciera como los demás. Él es alto, tirando a desgarbado porque siempre estuvo flacucho. El pelo negro y lacio se le mueve un poco por las corrientes del metro. Yo lo encuentro muy guapo; sólo faltaría que una madre no encontrase guapo a su hijo.
Vamos siempre a su ritmo lento, lento. Él lo hace siempre midiendo sus pasos o como si una orden inconexa de su cerebro le fuera marcando: "Pie derecho, pie izquierdo... pie derecho, pie izquierdo". Nunca me mira. Su mirada languidece en un lejano punto de vete a saber dónde. También, como siempre, su mano me indica que subamos por la escalera, nada de ascensores. Este es otro de esos mecanismos automáticos suyos que hacen que día a día se repitan las mismas rutinas.
En un par de meses mi hijo entrará en los treinta y yo hace unos cuantos más que navego por los sesenta y las escaleras se me empiezan a hacer difíciles. Ya ni me acuerdo de aquellos tiempos en que iba de la mano de mi pequeñín y algunos hombres derramaban miradas disimuladas sobre mis formas de mujer. Ya hace muchísimo que eso pasó, ni me acuerdo. Supongo que ahora sólo ven a una señora mayor acompañada por las deficiencias de su desgarbado hijo.
"Pie derecho, pie izquierdo... pie derecho, pie izquierdo…" y el sórdido silencio de la estación desierta que lo envuelve todo.
Nos acercamos a las puertas automáticas de salida y poco a poco nos adentramos en el inclemente ruido de la noche barcelonesa.
Éste podría haber sido sólo eso: otro día más, pero no lo ha sido. Hoy mi hijo ha empezado a hacer algo nuevo, algo que nunca antes había hecho. Algo que me ha sorprendido, alegrado y a la vez entristecido. Hoy, nada más salir de casa y dar unos pasos por la calle, ha soltado mi mano, ha girado la cabeza como si me mirara y ha comenzado a andar solo sin mi mano. Sé que no es ninguna mejoría, ni ningún milagro ni nada de eso, simplemente es una variación de sus rutinas. O quizá es que dentro de su cerebro algo ha despertado y le ha advertido que algún día caminará sin mí y comienza a prepararse; no lo sé. Como tampoco sé si estar triste o alegre por su avance. Lo único que tengo claro es que en el momento que ha dejado de asir mi mano algo en mi corazón se ha roto.
Alguna vez oí una canción que más o menos decía:
"Qué difícil es seguir al hijo, cuando los padres crecen y las madres envejecen…"
Él aparenta que nada ha pasado y sigue en su mundo vacío y mecánico… "Pie derecho, pie izquierdo… pie derecho, pie izquierdo…”
Relat inèdit d’Edu Núñez Segura, AAC GL-1